“Tranquila, ella es extranjera…”
El jueves/viernes, sufrí una pequeña desgracia – compré entradas de teatro, pero por descuido, me equivoqué con el día. Me sentí sumamente estúpida, porque la mitad de los que querían ver la obra no pudieron entrar, y yo tuve toda la culpa.
De vez en cuando, vuelvo a casa preguntándome si mi desorientación absoluta – provocada por la lengua, la cultura y las costumbres españolas – se muestre en mi cara. Es esos días, me veo como un tipo de Manuel al revés: siempre repitiendo “¿qué?” y esperando que mi cara confundida provoque simpatía en vez de irritación. En el pasado, he respondido a alguien, seguro de haber entendido más o menos lo que me acaba de decir, y he recibido confusión y una respuesta como esta: “No, no, es MALO que no funcione el horno”.
Me acuerdo muy bien mi intento de charlotear con mi compañero de piso español recién llegado. Me habían dicho que era de “Donosti”, entonces empecé a hacerle preguntas sobre su hogar, que yo suponía ser un pueblo pequeño: “¿Cómo es? ¿Es grande? ¿Dónde está exactamente?” No me dé cuenta hasta algunos días después de que “Donosti” era el nombre vasco por “San Sebastián”, el capital muy famoso y populoso de Gipuzkoa.
Además, me veo con mucha frecuencia pidiéndoles a mis compañeros de piso que no me hablen con comida en la boca, por favor. No es que me importe tanto el comportamiento correcto, ni que me haya encargada del papel de madre por ser la chica única en el piso. Es que de verdad no puedo entenderles cuando tienen un bocado de lentejas. Por eso, y por muchas otras cosas, me toman el pelo. Pero a mí, me gusta creer que las manías que me da la barrera idiomática crean más afección que molestia.
No obstante, ser “la extranjera estrafalaria” puede ser motivo de sentirme bastante liberada. Por ejemplo, esta mañana, como la culminación de mi insistencia obstinada en celebrar Halloween, anduve por la ciudad al Instituto disfrazada y maquillada de una zombi. Me miraron de manera rara, pero la ventaja más grande de ser una extranjera tan obvia (rubia, no me pongo morena nunca) es que la gente me perdonan las cosas extrañas que hago de vez en cuando. Pero la cuestión es: cuando vuelvo a Inglaterra (mañana me voy para una semana) ¿voy a sentirme como una extranjera allí también, por haber pasado tanto tiempo en el extranjero? Supongo que el tiempo y un vuelo barato de ryanair lo dirá…