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Curso de profesores de español ELE
29 May 2018
Naiara Herrera Ruiz de Eguino

Aprendamos una nueva lengua, echémonos a volar

Cuando nos enfrentamos a una nueva lengua, son tantos los miedos como las ilusiones. El miedo a no poder llegar a comprender los mecanismos de esa nueva forma de comunicación, el miedo a no lograr una buena pronunciación, el miedo a no conseguir comunicarse. Pero todos esos miedos pueden contrarrestarse con la ilusión de quien tiene ante sí todo un mundo nuevo por descubrir, un mundo donde realmente no hay un final absoluto al que llegar o unos límites que vayan a frenar el viaje, un mundo donde despertarán nuevas culturas y maneras de pensar, nuevas formas de aprehender aquello que nos rodea.

Pero hablemos del miedo. Si atendemos al miedo, como tal, es un estado de alerta
natural, un estado físico y mental que se despierta para que nada nos pille desprovistos,
para estar despiertos, para estar preparados y poder hacer frente a cualquier adversidad,
para sobrevivir. Por lo tanto, todos esos miedos son una señal de tener conciencia de
que algo nuevo viene, algo desconocido con lo que tendremos que lidiar, algo a lo que
nos tendremos que enfrentar. Pero si la decisión ya está tomada, si el objetivo de
aprender una nueva lengua ya es una realidad, esos miedos podrán ser nuestros aliados,
ya que esos miedos nos mantendrán despiertos. Es como quien va por primera vez a
hacer parapente y las palpitaciones de su corazón se aceleran, el cuerpo comienza a
segregar sudor, el habla se entrecorta… pero cuando llega el momento se deja llevar por
el viento, sintiendo la adrenalina que corre por sus venas, sintiéndose más libre que
nunca. Pues bien, quien aprende una nueva lengua también debe saber equilibrar esos
miedos y echarse a volar, descubrir la libertad que le va a hacer sentir el manejo de esa
nueva lengua.
En ese echarse a volar, un profesor ELE tiene una gran responsabilidad. Es quien guía el
vuelo en cielo abierto. Dejando libertad de movimiento al alumno, pero sin detener su
curiosidad, sin detener su paseo por los por los entresijos de la lengua. Para ello, para
poder dirigir su vuelo sin interponerse en su camino, uno de los aspectos más relevantes
que deben atenderse es la corrección de errores.
Pues hablemos de los errores. Si atendemos al error, como tal, es una respuesta que no
se corresponde con aquello que se espera.
Pero cuando nos tropezamos con algo
Bilbao, mayo de 2018 inesperado, no es un vacío lo que encontramos, sino otra respuesta. En el aprendizaje de nuevas lenguas esa respuesta nos dará muchas pistas, tanto si somos profesores como si somos alumnos. El error, por ejemplo, puede ser la muestra de haber asimilado una regla regular a tal nivel que somos capaces de aplicarla sin pensar, como deducir que la primera persona del singular del presente indicativo del verbo ‘caber’ debería ser ‘cabo’, o que el pretérito perfecto compuesto del verbo ‘hacer’ podría ser ‘he hacido’;
un error que fácilmente se subsanará, pero que es a su vez la prueba de que estamos en el buen camino. Los errores también pueden servir como pista para conocer qué es aquello que debemos reforzar, o pueden ayudarnos a conocer nuevo vocabulario, porque si cabo más hondo en las palabras, encontraré un millón más. Y es que el lenguaje, cualquier lenguaje, es una red de conexiones y variaciones, no solo gramaticales o lingüísticas, también culturales, que puede ofrecernos múltiples posibilidades, múltiples verdades y una miríada de interconexiones que nos llevarán a descubrimientos inesperados, lleguemos a ellos a través del la regla o del error.

Es por tanto labor del alumno y del profesor saber equilibrar los miedos y despejar la
mente para permitir que cualquier forma pueda darse. Y es que todo lo que se forma se
transforma. Y es también responsabilidad de ambos acoger el error como una señal de
que se está avanzando, de que se está construyendo una nueva red de conexiones. Y es que sin camino no hay tropiezos, sin deseo no hay desilusión.

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