Voluntariado en verano en el norte de España
Es uno de esos días de verano donde llegas a una nueva ciudad y todo se escucha, se ve y siente diferente. Cada esquina es nueva y entonces tras las clases te dicen que hoy iremos cerca de la zona de playas.
Quedamos en un punto concreto y no conoces a los demás pero pronto las similitudes salen a relucir y especialmente sabes que todos están ahí por la misma razón que tú: Ser voluntario.
Tomamos el metro y al principio del camino, todo es oscuro hasta que llegas a la siguiente estación y se interrumpe esta oscuridad.
Después, salimos de la tierra para quedarnos por encima del suelo y vemos que esta ciudad tiene dos caras. Una antigua que fue su pasado industrial y una nueva con casas hermosas que proliferan cada vez más cuando nos vamos acercando a la costa.
Bajamos del metro y en cuestión de un par de minutos llegamos al muelle. Nos explican que en este sitio está el verdadero problema pues a la izquierda, está el final de la ría de la ciudad. Al frente, tenemos un puerto industrial y a la derecha está el puerto deportivo. Justo este paseo tiene forma de ancha lo cual hace que todo lo vertido en el mar termine aquí entre los rompeolas. Nos ponemos los guantes, nos dan las herramientas y decidimos bajar por unas escaleras para encontrarnos con lo siguiente:
El olor a mar y alga muerta junto con muchos palos de madera y entre todo esto el mayor enemigo de estos tiempos: Plástico. Por todas partes, regado como si lo fueran a sembrar y en concreto botellas por doquier. Si tan sólo este fuera el problema no sería tan malo pero te encuentras con todo esto que en nuestra vida cotidiana parece lo normal pero ahora viéndolo aquí es un poco sentir vergüenza de todo lo que consumimos. El fumador no sólo deja atrás sus colillas sino que es muy frecuente encontrar mecheros. De media, solemos encontrar 5 cada vez. Zapatos que te hacen preguntar ¿cómo volvió a casa ese día el descuidado dueño? Botellas de cristal de todos los alcoholes que tras las fiestas nadie quiere simplemente depositar en el contenedor. Todo esto no suena tan malo hasta que llega la pesadilla de la paciencia: Los micro plásticos. Muchas veces de origen desconocido. Pequeños hasta el tamaño más insospechado y sobre todo los peores son los de polietileno. Es que se dividen como si fueran esporas con tanta facilidad que si te descuidas puedes crear más de los que has recogido. No obstante, esto es lo positivo de ser un grupo. Entre todos y en un par de horas de trabajo el área va quedando cada vez más limpia. Igual no está perfecta pero al menos notas una diferencia ese día. Entre tanto y tanto, van saliendo las conversaciones entre todos nosotros. Somos unos desconocidos que un sitio desconocido aquel primer día está haciendo un bien común que todos saben pero que no todos procuran hacer. El sol apresura nuestro cansancio pero no podemos terminar hasta que el trabajo esté terminado. Cuando nuestro líder dice que ya hemos hecho un buen día hoy, subimos todo lo recolectado y lo llevamos a la zona de contenedores más cercano. Es en este momento cuando la satisfacción tiene un doble premio pues por un lado la jornada de trabajo ha terminado y por otro lado ver ahora el mar con la tarde cayendo tiene todo un sentimiento especial de estar allí. Ahora con los que venía ya son compañeros, ahora los temas fluyen y hablamos entre todos los idiomas. Así entonces, termina el primer día que luego se convertirá en la misión de los siguientes hasta que el mar con nuestra pequeña ayuda de este día, vuelva a tener su azul cielo, su gris tormenta, su brava fuerza como el viento, su sendero áureo al amanecer y al caer el día.