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Curso de profesores de español ELE
06 Jun 2011
Daniel Apilánez Pérez de Onraita

Curso profesores de español: emoción y motivación

Estaba recordando algunas anécdotas de cuando daba clases particulares a niños... y a veces me sorprendo a mí mismo... y me río... y creo que me sienta bien.

Me era absolutamente imposible preparar las clases. Al principio, alguna vez lo hacía, pero era inútil, porque los niños (o niñas; voy a usar el masculino genéricamente, ya que nuestro idioma así lo tiene previsto) venían con la idea de tener a alguien que les ayudara a terminar los deberes del “cole” lo antes posible... y bien.

Los padres me preguntaban si su hijo al menos aprobaría... y muchas veces yo llegaba a decirles la nota final de cada una de las asignaturas, con bastantes meses de antelación. Acertaba con mucha precisión, pero esa predicción no era una farolada, sino curarme en salud para que los padres no pensaran que su hijo perdería el tiempo conmigo, es decir, que no buscaran soluciones mágicas inmediatas al ver que su hijo aunque no aprobaba o no sacaba notas brillantes... pero al menos el chaval empezaría a aprender a pensar y programarse, lo cual se lo demostraría a fin de año con algunos ejercicios y también en el curso siguiente, no solamente con resultados mejores, sino con otra actitud.

Lo cierto es que a las pocas semanas de dar clases a algún niño, había padres que me decían que notaban a su hijo muy cambiado... y de anécdotas sobre actitud en el estudio es de lo que quería escribir.

Alguna vez yo diseñaba algún ejercicio para que el estudiante resolviera... ¿además de lo que ya tenía del cole? Pues... tenían tan poca tarea que yo pensaba que podrían con un poco más... pero estaba equivocado, porque había que contar también con el entrenamiento de futbito, la natación o las clases de judo... así que... ¡fuera trabajo extra!, por pequeño que fuera. A veces se quedaba guardado para los días que no tenían deberes... y eran ejercicios cualitativamente distintos a los otros.

Las asignaturas que les daba, eran, principalmente: Matemáticas, Inglés y Lengua Española. La mayoría de los ejercicios para casa eran muy sosos, pero yo comprendo, comprendía... que tampoco podían poner más... y que si el alumno no ponía interés en eso, era su problema, es decir, que para resolverlos, había que entender otras cosillas antes, que se esperaba que el alumno ya dominara... pero, obviamente, al menos con los míos... ¡no era así!

Mis alumnitos me miraban y me decían:

- Venga, dime la respuesta de este. ¿No te la sabes? ¿Es muy difícil?

Llegamos a un pacto: ellos aceptaban que no tenía sentido que yo les diera la respuesta, porque ellos tendrían que hacer un examen algún día y yo no les podría chivar. Yo, a cambio, les daba pistas para la respuesta de ese ejecicio y que además les servirían para responder bien en el examen, aunque fueran preguntas distintas a las del libro.

Eso les intrigaba mucho:

 ¿Cómo puedes saber las preguntas que van a poner?
 Yo también soy profesor y sé cómo te van a preguntar y sé lo que quieren que respondas, porque yo he puesto otros exámenes.

Esto de ser Dios, es a veces una carga pesada, pero divertida al ver las caras de los nuevos creyentes. Tenía que aguantarme la risa muchas veces, sobre todo con una niña... que al terminar el curso me regaló unos muñequitos, que aun conservo.

Volviendo al pacto, las pistas para dar la respuesta correcta a los ejercicios, podía ser otro ejercicio:

- ¡Tenemos que hacer un ejercicio y me pones otro! - espetaba el niño.
- Si sabes hacer éste, sabrás hacer el del libro y otros más que te van a poner en el examen.
- ¡Dime la respuesta!
- ¿Cuál es el trato?
- ¡Así no me ayudas! ¿Para qué has venido?

Un “sordabirón” habría sido algo terapéutico, quizás para ambas partes... pero la Paciencia Divina acababa calando en el alma del neófito... y recuperaba la Fe.

Ahora mismo, no sé cómo me las ingeniaba, pero se movieron montañas.

Lo que sí sé es que de unos ejercicios sosos (no me extrañaba que no quisieran hacerlos), sacaba otros más interesantes: tranformaba los originales... pero en base a lo que yo veía que necesitaba el niño o en base a lo que se pretendía infundir en la lección correspondiente.

Si hubiera tenido que hacerlo “a pelo”, es decir, transformar los ejercicios sin apoyarme en cualqueira de los dos factores mencionados, sobre todo el primero, no habría sabido qué hacer.

Yo, como profesor, también necesitaba motivación:

Del mismo modo que unos estudiantes pueden aprender mejor el idioma si tienen que traducir o hacer ejercicios sobre algo atractivo para ellos, yo necesitaba algo sobre lo que trabajar, una dirección que seguir, y para mí era lo que he mencionado antes: los puntos débiles del alumno y el tema de la lección... pero... cada alumno tiene su estructura mental con la que asimilar lo nuevo, así que a veces, hay que pensar para cada alumno.

Esto puede parecer irreal, no practicable, sobre todo en grupos grandes... pero no lo es tanto: para empezar, no todos los alumnos van a tener dificultades especiales o peculiares... y lo que se diseñe para explicar a unos pocos puede ser aprovechado para, transformado, usarlo con el grupo, creando otros ejercicios que admitan variaciones personales en base a los gustos e intereses de cada cual, es decir, dejar que el alumno use sus motivaciones para progresar en el idioma.

En fin... otro día veremos “técnicas de recuperación de la fe”... si me acuerdo de cómo lo hacía... porque a veces, repasando los elementos a los que di clase, sigo sin entender cómo lo hice.

Un saludo a todos

Daniel

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